El amor es uno de los aspectos más importantes
en nuestra vida y está presente en nuestras conversaciones. Hay innumerables
películas y canciones sobre amores felices y desgraciados. Innumerables veces,
las lágrimas o la emoción nos embargan por razones de amor.
Sin embargo, el hombre –y la mujer– de nuestra
época no conciben el amor como una asignatura pendiente, como algo para
aprender; solo es un sentimiento espontáneo: el enamoramiento o el deseo
sexual.
Y en las consultas a psicólogos, las preguntas
más usuales sobre el amor se refieren a cómo podemos ser amados, nunca a cómo
podemos aprender a amar.
Pero ¿a qué llamamos amor?, ¿es el amor el
deseo sexual?, ¿es algo más?, ¿es lo mismo amar a los padres, a los hijos, a
los amigos, a nuestro compañero, compañera? ¿Y el amor a nuestro perro, o gato,
o periquito?, ¿y el amor a nosotros mismos es solo egoísmo?
El tema es mucho más vasto de lo que nos
sugiere la primera impresión. Dice Platón que el cielo se mueve por amor.
¿Acaso Dante argumentaba como Platón, cuando decía que era el amor lo que movía
el sol y las estrellas? ¿Es lo mismo el amor a una persona que amar el trabajo,
la patria? ¿Y el amor a la justicia, a la ciencia, al arte? ¿Y aquello del amor
a Dios y el amor de Dios?…
Si el amor no es bello ni bueno, ¿será feo y
malo? Ciertamente no, el no ser bello ni bueno no implica necesariamente el ser
feo y malo, como el no ser sabio no implica necesariamente ser ignorante. Entre
belleza y fealdad –bondad y maldad–, como entre sabiduría e ignorancia, hay
términos medios, y este es el caso del amor. Por ello, no tiene que
considerársele, como hace la opinión común, como un gran dios, ya que no puede
negársele a los dioses la belleza y la bondad. No es un dios, ni un mortal, es
un gran daimon, un intermediario entre dioses y mortales.
La idea es sencilla, el amor es el camino, el
nexo de unión con aquello que llamamos perfecto, divino, hermoso, sirve de
enlace y comunicación llenando el vacío que existe entre lo visible y lo invisible.
Por amor somos capaces de hacer y vivir aquello que el cuerpo biológico no
puede concebir: es lo heroico; por ejemplo, por amor uno deja su tranquilidad y
comodidad y entrega su vida al servicio de los demás, sea curando a enfermos o
enseñando a niños. La actitud de servicio puede empezar por barrer un suelo, o
saber escuchar, o resolver un problema ecológico, social, o poner un poco de
belleza física, de cortesía; son dictados de la conciencia, del corazón, que no
vienen del materialismo egoísta sino del amor.
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